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Mostrando las entradas de octubre, 2019

La campanada

Las dos viudas tenían un candor infantil de vez en cuando. Eran amigas desde la secundaria y con el tiempo, las unía más que nada la tragedia de las muertes de sus maridos. Salían de su nueva clase de bordado en el pueblo vecino cuando encontraron la puerta abierta de una casa vieja que parecía tener música dentro. -¿Entramos o qué?-dijo Sonia. -Ya es muy noche, a mí me da miedo-le respondió Elena. -Pero parece que va a haber algo, como una fiesta. -No nos va a dar tiempo de regresar para la última ruta del camión, y así, ¿Cómo regresaremos a la casa? -Mira, ya sé: nada más vamos a asomarnos dentro de la reja por un momento y nos vamos. -Bueno. Con el paso firme, y tomando a Elena de la mano, Sonia llevó la delantera en la expedición. Siempre fue la más aventurada de las dos, aunque procuraba nunca dejar a su amiga. Se fueron caminando sigilosas para no llamar la atención, aunque irónicamente causaban el efecto contrario. Elena, desconfiada, miraba a sus pies. Había una

Voluntad propia

La explosión de la bomba apareció brillante en el cielo como un nuevo y gigantesco sol. No había tiempo de gritar, asustarse o siquiera moverse. Y al final lo hizo. Contra todo lo que había planeado él mismo, lo hizo. Lo construí, lo programé desde el principio de su vida ¿Qué más quedaba? Supongo que he sido el primer y último ingeniero en construir un robot con voluntad propia.

Los sucesos dentro de un agujero: La protección

Cabrini Green fue donde nacimos yo y mi hermano. Los complejos habitacionales intentaron ser una labor social para la comunidad negra en Chicago que estuvo ahí desde hacía varios años. La alcaldesa insistía en que era una zona excepcionalmente segura y para probarlo, se mudó ahí, pero duró sólo unas cuantas semanas hasta que se espantó lo suficiente y no se volvió a mencionar el tema en la prensa. La verdad es que fue un guetto para nosotros. Rápidamente empezó el vandalismo y los crímenes dentro del complejo. La policía no se metía ahí y eso era lo que queríamos. Ya no nos importaba que en los medios se nos tildara de salvajes, de humanos inferiores, y todos los malos adjetivos que se les ocurriera. Sean y yo nos sentíamos bien y mal ahí dentro. Bien porque lo conocíamos y sabíamos cómo funcionaba y mal porque la violencia igual nos marcaba como hierro al rojo vivo, pero como hombres, nunca nos quejamos ni lloramos, o nos iría peor, porque nos perderían el respeto. Por aq

La Reina Tamar y el pájaro condenado

La jaula de Niko se ensuciaba más y más. Los fluidos de él se acumulaban contrastando de horrible forma con los preciosos detalles de temas marinos plateados. A veces se mecía fuertemente para vaciar de suciedad lo más posible su jaula, pero no siempre lo lograba. Con suerte, los desechos se secarían y solidificarían y lo dejarían de ahogar con el olor. Su habitación parecía un abismo blanco. Parecía más grande de lo que era; un cubo de 10 x 10 x 4 metros. La jaula en la que vivía, pendía de una cadena soldada al techo. El  rostro blanco de Niko con trabajo conservaba los rasgos de un ser joven. Tenía marcas de heridas en todo el cuerpo, algunas frescas, sin sanar. Tenía un ojo vaciado y rengueaba de su lado izquierdo, por tener un hueso roto en el pie que no pudo curarse apropiadamente. La tensión en la que vivía estaba cerca de acabar con él. Para nunca olvidar su propósito, tenía el constante recordatorio del dolor al que debía someterse, pues el estrecho tragaluz del cuarto

Yo también te quiero

Karín se cubría la cabeza y los ojos, haciendo lo posible por ocultar que lloraba mientras recibía los golpes macizos de Dante. El dolor físico no era tanto como el dolor emocional en ese momento. Las miradas de horror puro se hicieron unánimes en el improvisado público que se formó en la clínica del seguro. Los ojos de Dante estaban tan dilatados que sus iris parecían no existir. Como su tuviera ojos casi completamente negros. Su semblante era el de placer sádico que pocas personas habrían visto en persona. -Yo quiero a mi niño y él me quiere a mí, yo lo sé- se dijo Karín mientras seguía impávido ante el ataque. Esta frase se había convertido en su oración diaria desde hacía 12 años desde que Dante había venido al mundo. De pronto, Dante se dio cuenta que estaba en público. Con cuidado, bajó los puños y le dijo a su padre: -Achis, papá, ya no me dejes ganar, ¿eh? Tampoco soy bueno en las “luchitas”, no exageres. Karín, sorprendido, se dio cuenta de que estaban en un “área

Amor que pertenece al mar

Las historias de malecones casi siempre son tristes. Clásica es la situación en que uno ama y no es correspondido, quedando a la espera como estado permanente de vigilia. Es verdad que vivo cerca de uno. Es verdad que también estoy sola. Pero no es que lo esté esperando en vano. Yo sé que quizá no volverá, que no es posible volver a nuestro amor como antes. Mi madre trató de darme a cachetadas un sentido de realidad cuando me vio deshecha: -¡Te tienes que controlar! ¡Ya va para un año este mismo dolor y si no es por ti, lucha por nosotros, los que estamos contigo! Ya me da risa, que ni me podía poner de pie del puro dolor que me marchitaba por dentro. Parecía fideo recién cocido. Qué tonta que he sido. Pero siento que me caí por última vez, porque lo que concluí finalmente es que hay solución para todo y las mejores soluciones siempre son las más simples. Sé que mis hermanas se preocuparon cuando vieron que no me cambiaba de ropa desde el día que ocurrió. La verdad e