Las historias de malecones casi siempre son tristes. Clásica es la
situación en que uno ama y no es correspondido, quedando a la espera como
estado permanente de vigilia.
Es verdad que vivo cerca de uno. Es verdad que también estoy sola. Pero
no es que lo esté esperando en vano. Yo sé que quizá no volverá, que no es
posible volver a nuestro amor como antes. Mi madre trató de darme a cachetadas
un sentido de realidad cuando me vio deshecha:
-¡Te tienes que controlar! ¡Ya va para un año este mismo dolor y si no
es por ti, lucha por nosotros, los que estamos contigo!
Ya me da risa, que ni me podía poner de pie del puro dolor que me
marchitaba por dentro. Parecía fideo recién cocido. Qué tonta que he sido. Pero
siento que me caí por última vez, porque lo que concluí finalmente es que hay
solución para todo y las mejores soluciones siempre son las más simples.
Sé que mis hermanas se preocuparon cuando vieron que no me cambiaba de
ropa desde el día que ocurrió. La verdad es que usar otra, me da náuseas.
Cuando la lavo, quedo desnuda y no importa. Al final, no hay nada que verme. Ya
nadie me puede quitar algo que me importe.
No mentiré. Me sorprendí un poco cuando mi antiguo novio vino a verme,
"¿Para qué?" Pensé. Fue mi primer y último enamorado, pero después de
que nos dimos cuenta que no había más amor para quemar entre nosotros, sólo
quedó separarnos.
-Bonita, ya nos tienes bien preocupados a todos- me dijo, ya que vino a
la casa. Siempre me decía "bonita". Me sonrojaba las primeras veces
que me lo decía hasta que empezó a perder el sentido y la emoción de oírlo.
-Si no te compones, vamos a tener que llevarte a la ciudad, en un
hospital, para que vean qué tienes. Además, ¿Crees que no me duele a mí también?
Yo también estuve ahí. Pero me tengo que aguantar. Tengo que ser valiente y
fuerte porque mis papás se vendrían abajo sin mí.
-Bueno, pues ya no es necesario que se preocupen, porque ya sé qué
hacer. Ya me siento con más ganas porque ya sé cómo resolverlo.
Él puso una cara de preocupación y seriedad que hasta me dió risa.
-Bonita, no sé a dónde crees que vas con esto, pero necesitas aterrizar
ya. De verdad me empiezas a dar miedo.
-Mi error fue aterrizar, Andrés. Volar es la clave, aunque creas que no.
Aunque todos ustedes piensen que estoy loca-le dije, enojada, porque ya me
tenían hasta la coronilla con el mismo cuento.
-Mira, sabes que yo no le ruego a nadie, porque para mí no hay razones
de peso para hacerlo. Pero sólo a ti te ruego que me perdones y que me digas
por favor qué puedo hacer. No entiendo qué pasa, qué intentas decir y creo que
ya me estoy quebrando- me dijo él, con voz temblorosa, mientras sollozaba.
Y de repente lo oí. Antes sólo lo había oído en sueños, pero ahora era
mucho más real. Ahora sí sentía que estaba ahí conmigo, como antes.
¡Qué maravilloso gusto! Y vino por mí, el condenadote. Sonreí mientras
volteaba a donde lo oía.
-¡Ya voy, cariño! Tú sígueme hablando y yo sigo tu voz, ¿Sale?
Andrés era tan ridículo. Ahora ya estaba llorando y se veía asustado. No
entiendo por qué. No le estoy haciendo daño ni nada por el estilo.
Salí corriendo emocionada, siguiendo su risita que siempre sonaba en los
pasillos de la casa.
Lo seguí hasta el malecón. El mar le hacía fanfarria, yo creo, porque
sabía que ésta era una reunión para celebrar a lo grande. No lo alcanzaba a ver
tan bien, pero a unos metros ahí estaba.
-¡Mami ya va por ti, bebé! Fue una tonta al dejarte solo, pero aquí
está.
El mar, picadísimo, me cubría toda. Sentía un inmenso gusto porque
sentía su abrazo fuerte, hasta oscurecer todo. Hasta oscurecer mi dolor para
siempre, de aquel día en que mi niño yacía ahogado en la costa.
Comentarios
Publicar un comentario