Cabrini Green fue donde nacimos yo y mi hermano. Los complejos habitacionales intentaron ser una labor social para la comunidad negra en Chicago que estuvo ahí desde hacía varios años. La alcaldesa insistía en que era una zona excepcionalmente segura y para probarlo, se mudó ahí, pero duró sólo unas cuantas semanas hasta que se espantó lo suficiente y no se volvió a mencionar el tema en la prensa.
La verdad es que fue un guetto para nosotros. Rápidamente empezó el vandalismo y los crímenes dentro del complejo. La policía no se metía ahí y eso era lo que queríamos. Ya no nos importaba que en los medios se nos tildara de salvajes, de humanos inferiores, y todos los malos adjetivos que se les ocurriera.
Sean y yo nos sentíamos bien y mal ahí dentro. Bien porque lo conocíamos y sabíamos cómo funcionaba y mal porque la violencia igual nos marcaba como hierro al rojo vivo, pero como hombres, nunca nos quejamos ni lloramos, o nos iría peor, porque nos perderían el respeto.
Por aquel entonces todavía cobraba fuerza el pánico satánico. La moda de las señoras viejas ricas y blancas de espantarse con todo lo que relacionaban con el diablo. Con SU diablo. A Sean le pasó una vez que, estando sentado en una banqueta, vio pasar a una mujer blanca en auto, que vio su camiseta con una imagen de Changó, uno de los dioses yorubas y con una expresión de lástima y sin decirle nada, le dió un volante por la ventana de su auto y se fue. El volante decía "¿Eres joven? ¿Buscas la salvación? ¡Jesús puede ayudarte! Asiste a nuestras jornadas de estudios bíblicos y cambia tu vida en un giro de 360°". Mi hermano se rió, no sólo por lo ridículo que le había parecido el gesto, sino además porque pensó "Yo no tendré educación de blancos, pero al menos sé que un giro de 360 grados te deja exactamente en el mismo lugar".
Nosotros conocíamos sobre vudú y los yorubas por mi abuela. Ella tenía siempre una historia qué contar cuando preparábamos la cena con ella. La gran mayoría de nuestros vecinos la respetaba mucho y no se metían con nosotros, por suerte. Digo suerte, porque a quienes no respetaban, les llegaban a robar a cada rato.
Una noche particularmente seca, ya nos habíamos dormido mi hermano y yo, pero por lo seco del aire, me levanté sediento por agua. Cuando llegué a la cocina, ví a mi abuela, flotando, como pendiendo del cuello y con una expresión de ahogo.
-¡Abuela! ¿Qué...?
En ese momento me di cuenta que una sombra de una mano sobre el cuello de mi abuela, la soltó, haciendo que cayera pesada sobre las losas frías del piso.
Tratando de ayudarla mientras le gritaba a mi hermano que viniera, ella rápidamente me susurró:
-Ya lo has visto tú, pero no le digas a tu hermano porque sólo lo vas a asustar.
-¿Entonces sabes qué es?-le dije aterrado.
-Sí, y es lo que nos mantiene seguros aquí.
Sin más qué decirle, sólo la ayudé a levantarse mientras llegaba mi hermano con un bat de beisbol todavía semi dormido a ver qué pasaba. Sólo le dije que la abuela se había caído y que me había asustado de que estuviera más herida de lo que en realidad estaba.
-Nadie te gana a ser preocupón, Martin.
Fin de la primera parte.
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