La jaula de Niko se ensuciaba más y más. Los fluidos de él se acumulaban contrastando de horrible forma con los preciosos detalles de temas marinos plateados. A veces se mecía fuertemente para vaciar de suciedad lo más posible su jaula, pero no siempre lo lograba. Con suerte, los desechos se secarían y solidificarían y lo dejarían de ahogar con el olor. Su habitación parecía un abismo blanco. Parecía más grande de lo que era; un cubo de 10 x 10 x 4 metros. La jaula en la que vivía, pendía de una cadena soldada al techo. El rostro blanco de Niko con trabajo conservaba los rasgos de un ser joven. Tenía marcas de heridas en todo el cuerpo, algunas frescas, sin sanar. Tenía un ojo vaciado y rengueaba de su lado izquierdo, por tener un hueso roto en el pie que no pudo curarse apropiadamente. La tensión en la que vivía estaba cerca de acabar con él. Para nunca olvidar su propósito, tenía el constante recordatorio del dolor al que debía someterse, pues el estrecho tragaluz del cuarto
Cuentos y anotaciones de Brenda Esquivel Flores
Comentarios
Publicar un comentario